Acaba de caer un chubasco en esta tórrida tarde montevideana. Me agarró caminando por las calles de la Ciudad Vieja, cada baldosa que pisaba estaba floja y el agua acumulada me salpicaba mis pantalones. Mis zapatos quedaron a la miseria. Cuando llegué a casa la lluvia había parado, pero un calor insoportable brotaba por todos lados. Adentro era peor que el infierno. ¿Para qué diablos llovió?
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